Cuando recibió el llamado se le iluminó la
mirada. Habían pasado más de 20 años desde aquella despedida. Del otro lado de
la línea estaba Constanza, pidiéndole volver a encontrarse.
Fue a principios de los años 80 cuando se
conocieron, Hilario había llegado desde su Santiago del Estero natal, buscando
oportunidades para vivir, tras de sí había dejado año de pobreza y la muerte de
sus padres.
Al principio fue changarín en el Abasto,
luego consiguió empleo en una verdulería en el barrio de Barracas, de la que
con el correr de los años sería su dueño.
Fue allí donde se conocieron. Ella, una
muchacha muy culta y de buena familia, escapaba de la rigidez y la rutina
familiar cocinando para sus hermanas y amigas, con quienes cada tarde se
reunían a tomar el té, mientras charlaban sobre romances ocultos y comentaban
las telenovelas vespertinas.
Él la conquistó con sus buenos modales y,
sobre todo, con su humildad. Ella lo deslumbró por su cultura y su sonrisa
encantadora. Constanza cada día encontraba motivos par ir a hacer las compras
en la verdulería. Hilario esperaba ansioso cada mañana que el reloj marcara las
10, que era cuando ella llegaba.
Después de mucho vacilar se animó y la invitó
a pasear. El primer encuentro fue un paseo por Plaza Italia y una visita al
Jardín Botánico, una primaveral tarde de domingo. Para esta salida Constanza
contó con la complicidad de sus hermanas para que su padre, un prestigioso
jurista, no se enterase, dado que jamás aprobaría una relación con un negrito
pobre y verdulero.
Las trabas impuestas por esta familia
patricia, la sumisión de Constanza y el respeto desmesurado de Hilario a las
tradiciones que no eran suyas hicieron fracasar el romance. Ella se casó con un
joven subteniente, hijo de una familia amiga, recién egresado del Colegio
Militar, con quien, debido a su carrera, vivió en diversas ciudades de la
Argentina. Él se quedó por siempre en su verdulería.
En esa llamada sorpresiva acordaron
encontrarse en el bar de Sarmiento y Rodríguez Peña, el bar del primer beso.
Llegado el día, él solo sabía que ella se
había divorciado y que tenía tres hijos. Ella sabía que él nunca se había
casado. Él estaba nervioso, volvía a encontrarse con el amor de su vida, la
ansiedad, los deseos y mil cosas pasaron por su cabeza.
Se sentaron en la misma mesa, la más alejada
de la puerta, se miraron y los ojos de ambos brillaron, se potenciaron, cuando
él la recibió con un pimpollo de rosa. Hubo un pequeño racconto del pasado y el
corazón de Hilario galopando en su pecho hinchado de emoción. Esperaba este
reencuentro, imaginaba un reinicio, para la ocasión, pudo conseguir para
perfumarse el viejo Old Spice que a ella tanto le gustaba.
Constanza volvió para hacerle cumplir un
promesa, En aquellos años, Hilario, le
había prometido que haría cualquier cosa, en cualquier momento y ante cualquier
circunstancia para evitar que ella sufriera, solo se lo tenía que hacer saber.
Y allí estaban, él no recordaba esa promesa
hasta que ella se lo mencionó, junto con la confesión de que padecía una
enfermedad terminal, que le daría mucho sufrimiento y agonía en sus últimos
meses de vida. Constanza le vino a pedir
que se haga cargo de dejarla morir.
Horus
Horacio
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