domingo, 20 de mayo de 2012

Reencuentro




  Cuando recibió el llamado se le iluminó la mirada. Habían pasado más de 20 años desde aquella despedida. Del otro lado de la línea estaba Constanza, pidiéndole volver a encontrarse.

  Fue a principios de los años 80 cuando se conocieron, Hilario había llegado desde su Santiago del Estero natal, buscando oportunidades para vivir, tras de sí había dejado año de pobreza y la muerte de sus padres.

  Al principio fue changarín en el Abasto, luego consiguió empleo en una verdulería en el barrio de Barracas, de la que con el correr de los años sería su dueño.

  Fue allí donde se conocieron. Ella, una muchacha muy culta y de buena familia, escapaba de la rigidez y la rutina familiar cocinando para sus hermanas y amigas, con quienes cada tarde se reunían a tomar el té, mientras charlaban sobre romances ocultos y comentaban las telenovelas vespertinas.

  Él la conquistó con sus buenos modales y, sobre todo, con su humildad. Ella lo deslumbró por su cultura y su sonrisa encantadora. Constanza cada día encontraba motivos par ir a hacer las compras en la verdulería. Hilario esperaba ansioso cada mañana que el reloj marcara las 10, que era cuando ella llegaba.

  Después de mucho vacilar se animó y la invitó a pasear. El primer encuentro fue un paseo por Plaza Italia y una visita al Jardín Botánico, una primaveral tarde de domingo. Para esta salida Constanza contó con la complicidad de sus hermanas para que su padre, un prestigioso jurista, no se enterase, dado que jamás aprobaría una relación con un negrito pobre y verdulero.

  Las trabas impuestas por esta familia patricia, la sumisión de Constanza y el respeto desmesurado de Hilario a las tradiciones que no eran suyas hicieron fracasar el romance. Ella se casó con un joven subteniente, hijo de una familia amiga, recién egresado del Colegio Militar, con quien, debido a su carrera, vivió en diversas ciudades de la Argentina. Él se quedó por siempre en su verdulería.

  En esa llamada sorpresiva acordaron encontrarse en el bar de Sarmiento y Rodríguez Peña, el bar del primer beso.

  Llegado el día, él solo sabía que ella se había divorciado y que tenía tres hijos. Ella sabía que él nunca se había casado. Él estaba nervioso, volvía a encontrarse con el amor de su vida, la ansiedad, los deseos y mil cosas pasaron por su cabeza.

  Se sentaron en la misma mesa, la más alejada de la puerta, se miraron y los ojos de ambos brillaron, se potenciaron, cuando él la recibió con un pimpollo de rosa. Hubo un pequeño racconto del pasado y el corazón de Hilario galopando en su pecho hinchado de emoción. Esperaba este reencuentro, imaginaba un reinicio, para la ocasión, pudo conseguir para perfumarse el viejo Old Spice que a ella tanto le gustaba.

  Constanza volvió para hacerle cumplir un promesa,  En aquellos años, Hilario, le había prometido que haría cualquier cosa, en cualquier momento y ante cualquier circunstancia para evitar que ella sufriera, solo se lo tenía que hacer saber.

  Y allí estaban, él no recordaba esa promesa hasta que ella se lo mencionó, junto con la confesión de que padecía una enfermedad terminal, que le daría mucho sufrimiento y agonía en sus últimos meses de vida. Constanza le vino  a pedir que se haga cargo de dejarla morir.

Horus
Horacio Cabral © todos los Derechos de Autor Reservados.

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