sábado, 27 de febrero de 2010

JAZMINES


Seleccionó las trillas, los tomates bien maduros, busco la albahaca de mejor aroma, acomodó todo en su canasto, junto a los alcauciles, los limones y ajos, eran los ingredientes que le faltaba para preparar el gran plato de la cena; sería una noche muy especial, la noche más esperada e iba a sorprenderlo.
Al regreso del mercado, Gabriela encendió la computadora, él estaba allí en línea.
- Buen día Alberto, ¿como estás? – tipeó en el mensajero instantáneo.
- ¡Hola muñeca!, acá estoy apurando papeles así hoy termino al mediodía. No es un día común ¿No?
- ¡Claro que no es un día común! Gracias a dios llegó el día!. ¿A que hora llegas?
- Alrededor de las 9 de la noche.
- Ya te estoy esperando. Maneja con cuidado. No te molesto más, seguí trabajando, un besote- se despidió suspirando.
La alegría no cabía en su cuerpo, empezó a ordenar su casa delicadamente decorada, mientras lo hacía recordaba el primer encuentro en el chat.
A ella le llamó la atención su nick, Dumas, pensó que sería como ella, un aficionado a la cocina y admirador del gran chef argentino, el Gato Dumas, pero en realidad, Alberto, lector voraz, prefería las aventuras y con su seudónimo intentaba homenajear al autor de los Tres Mosqueteros. Él le preguntó si Canela era por la novela de Jorge Amado, pero ella lo desalentó de toda interpretación literaria al decirle que era su especia preferida. Se rieron con mucho, esa noche.
Después se sucedieron varios encuentros, se sentían cómodos en las noctámbulas cibertertulias que compartían. Así Alberto supo todo sobre ella, que era hija única, sus padres ya no vivían, que no pensaba nunca irse de su Necochea natal, que adoraba la música el rock nacional, que trabajaba en varios colegios como profesora de inglés, que los jazmines la derretían, y todo lo que en horas y horas volcaron a través del ciberespacio.
Por su parte, Gabriela, tomó debida nota de las preferencias de Alberto, soltero empedernido, abogado con estudio jurídico en su propia casa, practicaba tenis, fanático de Boca no se perdía partidos en la Bombonera, como ella hijo único sin padres, en su equipo de música siempre sonaba Génesis, y muchas cosas más.
Acordaban los horarios en que se encontrarían para chatear, la vida social de cada uno empezó a acondicionarse de acuerdo a estos encuentros para no perderlos, se acompañaban, se necesitaban.
Cada noche Alberto seleccionaba algún texto para compartir con Gabriela, y ella se sentía permanentemente agasajada por tanta deferencia.
A medida que pasaron los meses se incorporaron nuevas formas de comunicación, del chat se paso al mensajero instantáneo, luego a la videoconferencia y al teléfono.
Ambos sentían sensaciones especiales hacia el otro, pero ninguno se atrevió jamás a expresarlo, quizás temor al ridículo, quizás pudor, por eso sabían de la importancia de este primer encuentro piel a piel.
Cerca de las 3 de la tarde suena el teléfono de Gabriela.
- En media hora salgo para Necochea- le dijo Alberto desde Buenos Aires.
- Bárbaro, voy a empezar a preparar la cena, espero que te guste lo que tengo pensado.
- ¡Seguro que me va a gustar! Si lo haces vos será la comida más rica que jamás haya comido – Galanteó.
Cocinera aficionada, para la elección del menú tuvo muy en cuenta la preferencia de él por los pescados, a lo que le sumaba algunos ingredientes mediterráneos y afrodisíacos.
Mientras fileteaba las trillas, cortaba en juliana los alcauciles y picaba ajos y albahaca, recordó los malos pasos dados en su vida, que la marcaron a fuego, como aquel amor que la dejo con el vestido listo, dos semanas antes de la boda, porque se fue con otra. En esta oportunidad deseaba no volver a sufrir otro desengaño amoroso. Terminó el plato principal, lo dejo a punto para que con un simple golpe de horno este listo, el postre seria muy simple.
Estaba tensa, los nervios empezaban a hacerse notar, se dio un baño de inmersión que la relajó, esa noche estrenaba un vestido corto con delicadas flores rosadas, unas gotas de perfume en el cuello, detrás de las orejas y entre los senos, el collar de perlas de la abuela Julia, ¡estaba bellísima!.
Acomodó el centro de mesa con flores naturales, preparó las copas para el aperitivo, el clásico Martini, preferido por Alberto, revolvió entre los CD y eligió uno de Sting, todo estaba listo.
El motor de un auto se escucha, esta estacionando frente a su casa, se asoma por la ventana, es ¡Él! Se emocionó.
El corazón parece estallar, abre la puerta y un enorme ramo de jazmines invade el ambiente con su perfume. Ella muere de amor. El también al encontrarse frente a frente con semejante hermosa mujer.
Los primeros instantes fueron muy ceremoniosos, poco a poco se fueron aflojando, se miraban, se sonreían, se gustaban.
Compartieron la cena, fue como ella la imaginó, el se sintió encantado con el menú. Durante el postre, helado de limón con champagne, las miradas fueron más intensas, las sonrisas cómplices, la seducción a pleno. Eludieron el formal café en el living, allí mismo emergen los primeros arrumacos, él suave pero con avidez le prodiga sus mejores caricias y besos, ella se deja llevar, cae su vestido con flores rosadas e instantáneamente su mano atenúa la luz. Fusionaron sus cuerpos, gozaron toda la noche, no salieron de la cama hasta el mediodía del sábado, estaban rozagantes, felices.
Esa tarde salieron a caminar por la playa, tomados de la mano como dos adolescentes no eligieron camino, se dejaron llevar por los impulsos, nada importaba, el mundo era solamente ellos dos.
La noche del sábado los encuentra en la cama picando unas rabas y una cerveza, para que más. Repitieron la ceremonia del amor.
El domingo al mediodía despertaron, ella le acerca un café con unos panqueques preparados especialmente para él. Empezaba a entristecerse, llegaba a su fin este encuentro maravilloso, se esforzaba para no demostrarlo. Acordaron no prometerse nada durante el fin de semana, que cada uno solo en su lugar decodifique lo que su corazón impulsaba, sin influir en el otro.
Se despidieron dulce y melancólicamente, Alberto tomó su auto y regresó a Buenos Aires. Por la noche, Gabriela, esperaba alguna noticia, al menos como había regresado, se durmió en el sillón del living al lado del teléfono, la mañana del lunes la encontró así.
Fue a dar clases, pero no fue como todos los días, se la notaba radiante, feliz, sus amigas se lo hicieron saber, ella se sonrojó pero no aportó dato alguno. En las primeras horas de la tarde, ya de regreso en su casa, llaman a su puerta, un mensajero con un enorme ramo de jazmines, que cuidadosamente Alberto, había encomendado su entrega en la florería del pueblo antes de regresar a Buenos Aires. Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro, corrió a encender la computadora, no encontró a su amor en línea, recurrió al teléfono, tampoco allí, seguramente estaría en Tribunales, pensó Gabriela. Insistió nuevamente a la hora y tampoco pudo ubicarlo, recurrió al celular que le respondía que estaba apagado o fuera del área de cobertura.
Los días transcurrieron de igual forma, ella no pudo volver a comunicarse con Alberto, todos los indicios indicaban que Alberto no quería atenderla, seguramente no era ella lo que él esperaba. Una profunda depresión le ganó, los recuerdos de dolores pasados la obnubilaban, había pasado el último tren, pensó. Una botella de whisky, una caja de clonazepan, ingredientes del último cóctel. Se acostó a dormir, cerró los ojos, nubes rosas y celestes la envuelven. Flota en el aire desde la ventana ve su cuerpo inerte y se deja llevar por las nubes que la depositan en el lugar indicado.
Allí aparece Alberto con jazmines en sus manos, con lágrimas en sus ojos Gabriela le cuestiona
- ¿Porqué no me llamaste?
- ¡Un caballo se cruzó frente a mi automóvil en la ruta cuando, viajaba a mas de 100 kilómetros por hora, no pude hacer nada! Respondió.

HORUS

domingo, 21 de febrero de 2010

El Sagrado Plutón Dorado

La enorme habitación lucía destemplada, a través de la ventana rota se hacía sentir las primeras ráfagas de viento frío que anunciaba la llegada del invierno.
Era el primer día de Anabella allí, en su nueva casa, eligió mudarse lejos de la ciudad, allí encontraría tranquilidad e intentaría cerrar las heridas provocadas por su reciente divorcio. La vivienda había estado abandonada durante 30 años, polvo y telarañas por doquier, mostraban el lugar como una escenografía de Los Locos Adams, Lo pensó sonrió con la ocurrencia.
La decoración era una tarea cuasi terapéutica para ella. Mientras tomaba las medidas para el cortinado del living, una madera del piso de parquet cede, debajo de ella asotanado se vio un objeto brillante. Sin dudarlo levantó otra madera y metió su mano allí, sacando desde el oscuro escondrijo un objeto redondo, del tamaño de un coco, brillante y dorado.
Era pesado, metálico, con una llave de gran tamaño incrustada en el frente y grabado con letras inentendibles. Sorprendida, lo acomodó sobre la cómoda de su revuelta habitación.
Organizó una reunión con cuatro amigas para inaugurar la casa, preparó canapés, bocaditos calientes y cerveza. Julia, su amiga de la infancia, le hace referencia sobre el objeto hallado, al que Anabella le dio un lugar ornamental importante en su habitación.
Les cuenta del curioso descubrimiento, que navegando por Internet, encontró entre grabados antiguos una representación similar a su adorno. Inmediatamente tradujo la página, tomando conocimiento que sacerdotisas de la antigua Roma, más de 3.000 años atrás, rendían culto a Plutón con un objeto similar, entonces intuyó que era una reproducción de aquello.
Una mañana despertó alterada, una pesadilla la mostró inmersa en profundidades, rodeada de seres oscuros que la acosaban, debería cenar y beber menos pensó mientras bebía ligeramente el café matutino.
Llegado el fin de semana, junto a Julia acuden a un pub, la idea era tomar algo, pasar un momento ameno con buena música. Entre humo, vahos alcohólicos, y luces difusas dos hombres se acercan a ellas invitándolas a compartir la velada. De buen agrado aceptan la invitación con unas copas de Martíni en la mano.
Avanzada la noche acuerdan seguir en la casa de Anabella, con más música y tragos, besos y arrumacos. Todo transcurría con euforia y éxtasis, la diversión era la dueña de la casa.
Imprevistamente la somnolencia les gana a las dos parejas. Caen abrazados sobre los sillones del living.
Por la mañana, el jardinero se preparaba para arreglar el parque, por la ventana posterior, ve humo que sale de la casa. Toca timbre. Nadie atiende. Avisa a la policía y a los bomberos.
Derriban la puerta, en el centro del living en un círculo brasas y cenizas esparcidas, sangre derramada por toda la casa, Julia derrumbada en un sillón, Anabella profundamente dormida y el Sagrado Plutón Dorado sobre la mesa ratona manchado de sangre satisfecho por la milenaria muestra de devoción a su culto, el sacrificio de dos seres oscuros.



HORUS

jueves, 18 de febrero de 2010

Mala consejera.




El reloj marco las 23 horas, dio el último sorbo al whisky, y empezó a arreglarse.
- Jueves, día de trampas, o como dice la escritora, día de viudas- pensó mientras se perfumaba
- Igual no tengo a quien engañar, rió al espejo.

Se asomó por el jardín, quería ver que abrigo llevar,
-Huele a tormenta- pensó y fue por su Perramus, antes de subir al automóvil.

El día había comenzado muy mal, horribles pesadillas lo azotaron, hasta hacerlo despertar empapado de sudor, malhumorado ya en la oficina, conversó con su mejor amigo, y lo convenció para salir, como para dar un toque de alegría a su opaca vida.

La noche no era su ámbito, mientras se dirigía al Pub, donde lo esperaba Joaquín, tomaba nota con los ojos muy abiertos, como un niño de pueblo deslumbrado por las luces de la gran ciudad, de cada detalle y la diversidad de tribus urbanas con las que se cruzaba.

Estacionó el auto cuando, mirando al cielo le cayeron las primeras gotas, apuró el paso para no mojarse.

Apoyado en la barra estaba su amigo, con una copa de champagne en la mano.
-Guille, que bueno que viniste- lo saludó efusivamente.
No estaba acostumbrado a tan poca luz, sobre el escenario un grupo de chicas ofrecen su show, mientras otras rotan entre la barra y las mesas, buscando a ese hombre dadivoso que merezca ser complacido.

El barman jugando con vodka y fuego casi arma una hoguera en la barra,
-Tu gracia mete miedo, le escupió Guille, muy asustado.
Mientras jovencitas iban borrachas como cubas, de brazo en brazo, de boca en boca, y el lugar se llenaba de tipos que no duermen por la noche.

Durante otro de los show dos mujeres hermosas, vestidas de colegialas, hicieron levantar la temperatura del pub.
-Imagínate con esas dos, vos solo, en tu casa, buena música, buena bebida, caen los disfraces, desnudándote de a poco, con ellas bailando y acariciándote- Lo incentivaba Joaquín, mientras con una seña hizo acercar a dos voluptuosas, para que mimen a su amigo.
Entre arrumacos, susurros, caricias y alcohol, Guille empezó a ceder, a dejarse llevar por el instinto.
Se acomodó en un reservado, pidió más champagne, se sintió ganador.
Más calor, más intimidad, más...
Salió disparado, corriendo, Joaquín intento frenarlo, no pudo, ya dentro de su auto, por la ventanilla, le gritó:
-¡Esas hembras no son dulces!-
Y aceleró a fondo, perdiéndose por la avenida vacía.
-¡Que pena! pero él es así, seguro que esta noche sueña con algún pajarraco.- Le dijo Joaquín al travesti que espantó a Guille.

Horus