El restaurante, a través de los años, obtuvo gran prestigio. Allí llegaban desde la ciudad misma, clientes atraídos por la excelente carta, y más ahora que los habitué estaban ávidos por conocer las innovaciones del nuevo chef.
Empuñando una sartén, saltando sobre el fuego echalotes, dados de carne de jabalí, hierbas frescas y tomate concasse, daba rienda suelta a su creatividad, cuando por el vidrio de la puerta que comunica con el salón la ve ingresar, se quedó petrificado.
La bella mujer, sola, se ubicó en una mesa junto a la ventana. Franco le informó al maître que él mismo prepararía los pedidos de esa mesa.
Una copa de jerez, gentileza de la casa, raviolones de cordero con salsa de setas, y de postre profiteroles rellenos con crema helada.
Alquimia creativa, con cada ingrediente incentivaba sus recuerdos junto a ella. Para la elaboración del postre recurrió a su gaveta, donde guardaba celosamente exóticos ingredientes que utilizaba en ocasiones especiales.
El postre estaba listo, artísticamente presentado sobre plato de porcelana, se veía tan imponente y deslumbrante como una hermosa joya.
El encargado de llevar los profiteroles a la mesa, le comunicó a Paloma que el chef deseaba saludarla personalmente; la dama aceptó complacida mientras saboreó el primer bocado.
Acudió a la mesa, beso su mano formalmente, ella quedó helada, no salían palabras de su boca, se acercó y al oído le susurró;
-¿Después de 10 años, seguís siendo alérgica al cacao de Indonesia?
Catorce segundos después cae sobre la mesa, con ausencia de todo signo vital. Los asistentes presenciaron atónitos el espectáculo, mientras Franco se quitó el delantal, y lo arrojó con desprecio sobre la mujer, al mismo tiempo que salió caminando por la puerta principal, ignorando el ruido de vidrios rotos, producto de la caída de copas.
Ya solo, por la calle empedrada, recordó el abandono, pero saboreó su propio plato, el que se come frío.
Horus
2008