Sonaba el bis del final cuando ella, apurando
el paso, se dirigió a la salida para ganar la calle con la firme intención de
tomar un taxi, la salida de los recitales en
La Trastienda solían ser caóticos. En el apuro se tropezó con él que
intentaba subirse al único auto disponible en la esquina. Una mirada cómplice
fue suficiente para invitarse a compartir el viaje.
Cuando el taxista preguntó el destino, él
acotó que primero dejarían a la señorita.
-
Voy a Palermo, Borges y Guemes- apuntó mirando a su ocasional
acompañante.
-
Yo también me bajo por allí- dijo Javier.
Ángeles, una hermosa morocha ecuatoriana treintañera,
llegó a Buenos Aires dos años atrás, cuando la empresa multinacional para la
que trabajaba, la nombró encargada comercial para Argentina. Aquí empezó a
disfrutar del rock y la pasión de los jóvenes por esta música. Por eso fue a ese recital, mezclada con gente
de todas las edades.
Javier, un hombre cuarentón de buena
presencia, arrastraba muchas frustraciones sentimentales, creía que ya jamás
iba a lograr que una mujer se enamorase de él. En su interior envidiaba a sus
amigos que tenían esa facilidad para la conquista y que lograban que las
mujeres murieran por ellos.
En el trayecto el diálogo fue amable, ella se
sintió halagada por algunos comentarios de Javier y no dudó en aceptar tomar un café con él antes
de llegar a su casa.
Hicieron parar el taxi en la zona de Plaza
Italia, se metieron en un bar que tenía todas las mesas ocupadas, pero no se
inquietaron, en pocos minutos se pudieron ubicar. El lugar era acogedor, con
buena música, sin estridencias, ideal para la charla.
Hablaron de sus historias personales, de sus
gustos Ella siempre sonriente; él atento y cuidando las palabras para no
incomodarla, no quería perderla. Encontraba
en Ángeles, la mujer que podría ser quien cumpliese sus deseos.
Se sucedieron las tazas de café. Empezaba a
terminar la noche con el cielo aclarando, cuando ella sugirió seguir la charla
otro día. Como un caballero se ofreció acompañarla hasta su casa. Ella,
cuidadosa, le respondió que no era necesario por apenas un par de cuadras. Él
sintió que perdía una nueva oportunidad, ya en la puerta del bar él le
entregó su número de teléfono escrito apurado en una servilleta, ella lo guardó
en el bolsillo del jeans. El rostro de Javier
se endureció, esperó reciprocidad aunque trato de no dejar ver su frustración.
Salieron caminando en la misma dirección, él la frenó a ella frente a un
edificio en construcción, se le acercó como para besarla, mientras sacaba de su bolsillo una sevillana
que sin mediar palabras hundió en el cuerpo de Ángeles, en más de un
oportunidad, dejándola caer desangrada.
Sin inmutarse metió sus manos en el bolsillo y
siguió caminando, ahora mucho más aliviado. Por primera vez una mujer murió por
él.
Horus
Horacio
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